Marzo de 2016
Los tres jardines de Dios
Por el élder Bruce R. McConkie (1915–1985)
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Tomado del discurso “El poder puri‚ficador de Getsemaní”, Liahona, julio de 1985.
Este fue el último testimonio apostólico del élder McConkie en esta vida; falleció dos semanas después.
Bruce

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Quisiera invitarlos a unirse a mí para obtener un conocimiento fi…rme y verídico de la Expiación.
Yo siento, y el Espíritu parece concordar conmigo, que la doctrina más importante que puedo declarar, y el testimonio más poderoso que puedo compartir, es el del sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo.
Su expiación fue el acontecimiento de mayor trascendencia que ha ocurrido o que jamás ocurrirá desde el alba de la Creación a través de todas las edades de una eternidad sin fin.
Es el acto supremo de bondad y gracia que solamente un dios podría realizar. Por medio de la Expiación, se pusieron en vigor todos los términos y condiciones del eterno Plan de Salvación del Padre…
Para hablar de estas cosas maravillosas, usaré mis propias palabras, aunque quizás crean que son de las Escrituras, o palabras pronunciadas por otros apóstoles y profetas.
En el Edén, todas las cosas fueron creadas en un estado paradisíaco sin muerte, sin procreación, sin experiencias probatorias.
Es cierto que otros las pronunciaron antes, pero ahora son mías, pues el Santo Espíritu de Dios me ha testificado que son verdaderas, y ahora es como si el Señor me las hubiera revelado a mí en primera instancia; por tanto, he escuchado Su voz y conozco Su palabra…
Quisiera invitarlos a unirse a mí para obtener un conocimiento firme y verídico de la Expiación.
Debemos dejar a un lado las filosofías de los hombres y el conocimiento de los sabios y dar oído a ese Espíritu que se nos da para guiarnos a toda verdad.
Debemos escudriñar las Escrituras y aceptarlas como la voluntad y la voz del Señor, y el poder mismo de Dios para obtener la salvación.
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Al leer, meditar y orar sobre estas cosas, percibiremos la visión de los tres jardines de Dios: el de Edén, el de Getsemaní y el del sepulcro vacío en donde Cristo se le apareció a María Magdalena.
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En el Edén veremos todas las creaciones en su estado paradisíaco: sin muerte, sin procreación, sin experiencias probatorias.
Llegaremos a saber que esa creación, ahora desconocida para el hombre, era el único medio para dar lugar a la Caída.
Veremos entonces a Adán y a Eva, el primer hombre y la primera mujer, descender de su estado de gloria inmortal y paradisíaca para convertirse en la primera carne mortal sobre la tierra.
La mortalidad, que incluye la procreación y la muerte, entrará al mundo; y a causa de la transgresión, dará comienzo un estado probatorio de tribulación y de prueba.
Después, en Getsemaní, veremos al Hijo de Dios rescatar al hombre de la muerte temporal y espiritual que recibió como consecuencia de la Caída.
Y finalmente, ante un sepulcro vacío, llegaremos a saber que Cristo nuestro Señor ha roto las ligaduras de la muerte y reina para siempre triunfante sobre el sepulcro.
Por tanto, la Creación es autora de la Caída; mediante la Caída vinieron la mortalidad y la muerte; y por Cristo vinieron la inmortalidad y la vida eterna.
Si no se hubiera llevado a cabo la caída de Adán, la cual trajo consigo la muerte, no hubiera sucedido la expiación de Cristo, mediante la cual se obtiene la vida.
Y ahora, en lo que concierne a esta Expiación perfecta, realizada mediante el derramamiento de la sangre de Dios, testifico que tuvo lugar en Getsemaní y en Gólgota. Y con respecto a Jesucristo, testifico que es el Hijo del Dios viviente y que fue crucificado por los pecados del mundo. Él es nuestro Señor, nuestro Dios y nuestro Rey. Esto lo sé por mí mismo, independiente de cualquier otra persona.
Soy uno de Sus testigos, y en un día cercano palparé las marcas de los clavos en Sus manos y en Sus pies y bañaré Sus pies con mis lágrimas.
Pero en ese momento mi conocimiento no será más firme de lo que actualmente es, de que Él es el Hijo Todopoderoso de Dios, que es nuestro Salvador y Redentor, y que la salvación se logra por Su sangre expiatoria y mediante ella, y por ningún otro medio.
Dios permita que todos andemos en la luz, tal como Dios nuestro Padre está en la luz, a fin de que, de acuerdo con las promesas, la sangre de Jesucristo, Su Hijo, nos limpie de todo pecado.

[avatar] por Javier Fuentes Mora

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