El fortalecimiento del yo interior

El apóstol Pablo deseaba que el Señor concediera a los efesios “el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3:16). De igual modo, el programa básico de la Iglesia hoy día es el fortalecimiento del yo interior. Nuestro objetivo es que todos sientan la seguridad, el amor y el cálido abrazo del Evangelio. El Redentor divino nos ofrece la manera de lograrlo cuando manda: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37, 39).

Ansiamos edificar la fortaleza y el carácter moral interiores de los miembros de la Iglesia en absoluta armonía con las siguientes declaraciones de los profetas y apóstoles modernos: “Nuestro objetivo principal [es el establecimiento de]… independencia, laboriosidad, ahorro y respeto propio”. Nuestro “verdadero objetivo…, a largo plazo, es edificar el carácter de los miembros de la Iglesia… rescatar lo más noble de su interior y hacer que florezca y dé fruto la riqueza latente de su Espíritu, lo cual —después de todo— es la misión, el propósito y la razón de ser de esta Iglesia” .

Nuestras prioridades

A fin de edificar esta fortaleza interior, tal vez al planear y realizar las actividades de los programas locales de la Iglesia sea necesario cambiar el orden de prioridad que les damos. Llevaremos a cabo la obra del Señor mucho mejor si nos dejamos guiar por los principios revelados del Evangelio, en vez de limitarnos a simplemente efectuar las actividades que se sugieren en los manuales.

Al pensar en la forma de acercarnos, de dar participación y de servir a las personas en forma individual, debemos tener siempre presentes, como si estuvieran ante nosotros en una gran pantalla panorámica, los dos grandes mandamientos del Salvador a todos Sus hijos: amar y servir a Dios, y amar y servir a nuestro prójimo. Al planear las actividades, se debe comenzar relacionándolas con las necesidades espirituales de los miembros, incluso el facilitarles oportunidades para que presten servicio significativo a los demás y, por propia elección, para que tomen parte en actividades apropiadas de carácter cultural, educativo, recreativo y social aprobadas por los líderes del sacerdocio. Debemos recordar que el éxito de determinada actividad no se puede juzgar siempre por el número de personas que asistan a ella, sino más bien por el efecto que surta en su vida. Debe existir la clara comprensión de que los principios son más importantes que los programas y que la gente es más importante que las organizaciones. Al buscar el fortalecimiento del hombre interior mediante el Espíritu de Dios, intentamos enseñar principios y pautas más que promover programas.

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Nuestros hechos

El haber convertido nuestra fortaleza interior en hechos es la mejor indicación de nuestra eficacia; nuestra forma de vivir es la mejor indicación de lo que es en realidad nuestra religión. Thomas Carlyle nos recuerda que “la convicción… es inútil a menos que se convierta en conducta”. Para ser fortalecidos por Dios, por Su Espíritu, el presidente Harold B. Lee (1899–1973) aconsejó que el ser miembros de la Iglesia “debe significar algo más que el hecho de estar inscrito como miembro de la Iglesia, con un recibo de diezmos, una cédula de miembro, una recomendación para el templo, etc.; significa vencer la tendencia a criticar y esforzarse constantemente por mejorar en lo que respecta a superar las debilidades interiores y no tan sólo las apariencias exteriores”.

Admitimos que muchos de los adultos solteros miembros de la Iglesia quizás carezcan de las bendiciones que desean tener en este momento; no obstante, ellos son iguales a los demás santos en su habilidad de guardar los dos grandes mandamientos y de ser abundantemente bendecidos y fortalecidos por ello. La calidad de su espiritualidad y de su devoción al Maestro puede ser tan satisfactoria para ellos como lo es para cualquier otra persona. De igual modo, la calidad de su bondad hacia los demás puede ser tan significativa y reconfortante como el servicio que rinde cualquier otra persona. Ciertamente, la comprensión espiritual y el testimonio están al alcance de todos los que los buscan de corazón.

Todas las cosas son espirituales

El fortalecimiento del yo interior acontecerá a medida que los santos se fortalezcan espiritualmente. La admonición a los gálatas fue: “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:8). Los problemas cederán ante una solución espiritual, pues las leyes superiores están relacionadas con lo espiritual. El Señor dijo: “…para mí todas las cosas son espirituales; y en ninguna ocasión os he dado una ley que fuese temporal” (D. y C. 29:34). Pero el invocar estas leyes superiores y el ponerlas luego en acción no implica que podamos exigir privilegios o bendiciones superiores; antes bien requieren el cumplimiento de deberes superiores.

Para hallar el camino en un mundo complejo, desafiante y difícil, con frecuencia sentimos que precisamos una ayuda que escapa a nuestros dones y capacidades naturales. El profeta Alma dejó bien claro el origen de la comprensión que él tenía sobre muchas cuestiones: “…el Santo Espíritu de Dios me las hace saber” (Alma 5:46). Muchas personas de este mundo llevan a cabo sus quehaceres cotidianos con temor por su vida, pero si tuvieran fortaleza y seguridad interiores, no tendrían de qué preocuparse. El Salvador dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar” (Mateo 10:28).

La curación del yo interior

La curación que con tanta frecuencia todos precisamos es la de nuestra alma y de nuestro Espíritu, lo cual se puede producir con una transfusión de lo espiritual en nuestra vida. El séptimo Artículo de Fe expone que, entre otros dones espirituales, creemos en el don de sanidades. Para mí, ese don abarca la curación tanto del cuerpo como la del espíritu. El Espíritu Santo le transmite paz al alma y ese solaz espiritual se recibe al invocar los dones espirituales, los que se reciben y se manifiestan de diversas maneras. Hoy día, esos dones abundan rica y plenamente en la Iglesia; emanan del uso humilde y adecuado del testimonio. Cristo es el gran Médico que se levantó de entre los muertos “con salvación en sus alas” (2 Nefi 25:13), y el Consolador es el agente de dicha salvación.

Para fortalecer en mayor grado el hombre interior, primero hay que purgarlo y limpiarlo de toda transgresión. El andar en compañía del mal hace que todo nuestro ser muera espiritualmente. La fuente espiritual de nuestra vida no manará a menos que todas las transgresiones, en especial las relacionadas con las bajezas morales, sean purgadas. No sólo me refiero a los pecados sexuales, sino también a cualquier tipo de fechoría, entre las que se incluyen el mentir, engañar, robar y herir consciente o imprudentemente a los demás.

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Nuestros sentimientos espirituales

Una parte importante del ser espiritual que mora en todos nosotros es esa parte apacible y sagrada mediante la que podemos percibir una santificación en nuestra vida; es esa parte de nosotros en la que no puede irrumpir ningún otro ser; es esa parte que nos permite acercarnos a lo divino, tanto en este mundo como fuera de él. Esa porción de nuestro ser está reservada exclusivamente para nosotros mismos y para nuestro Creador; abrimos sus puertas al orar; es allí donde podemos retirarnos y meditar. Es posible que el Espíritu Santo more en esa parte especial de nosotros ya que es un lugar de comunión especial, el elemento principal de nuestra batería espiritual. Pero si permitimos que el pecado entre sigilosamente en nuestra vida, esa gran fuente de energía puede agotarse. Se recordó a los romanos: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Romanos 8:6).

Al emprender el fortalecimiento del alma interior, es menos la preocupación que tenemos por las cosas que podemos tener y poseer. Un hombre sabio dijo: “La riqueza del alma se mide por lo mucho que ésta pueda sentir; su pobreza, por lo poco que sienta”.

El eterno yo interior

El alma interior, con todo lo que ella encierra, es lo que prosigue más allá de esta vida. Un serio escritor nos recuerda: “Todo aquí en la tierra, con excepción del alma del hombre, es una sombra efímera. Lo único esencial yace en el interior de la persona”.

Nos consuela el conocimiento de que los que fortalezcan el yo interior verán la faz de Dios. El Señor mismo dijo: “…Acontecerá que toda alma que deseche sus pecados y venga a mí, invoque mi nombre, obedezca mi voz y guarde mis mandamientos, verá mi faz y sabrá que yo soy” (D. y C. 93:1). Edna St. Vincent Millay nos recuerda:

El alma puede partir el cielo en dos,
y permitirnos ver el rostro de Dios.

Para que se fortalezca el yo interior, debe nacer gran humildad en el ser interior. Gedeón dijo de sí mismo: “…mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre” (Jueces 6:15). Gedeón llegó a convertirse en el héroe que liberó a Israel de la opresión de los madianitas.

En el Antiguo Testamento dice: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12:3). Moisés fue uno de los profetas más grandes que haya vivido, y fue el autor de cinco libros del Antiguo Testamento.

La luz espiritual

En mi búsqueda personal de la fortaleza interior, expreso mi respeto, mi aprecio y mi gratitud por el ejemplo de la Primera Presidencia, de otras Autoridades Generales y de una gran cantidad de hombres y mujeres buenos de esta Iglesia en todo el mundo que permanecen tenazmente fieles ante la maldad y las fuerzas de la inseguridad, la duda y la destrucción que nos rodean. Ellos, por medio del Espíritu de Dios, reconocen la falsedad de las voces dulces pero engañosas, como cantos de sirena, que hay entre nosotros y que incitan al placer instantáneo, que ofrecen relaciones efímeras en esta vida y que enseñan que hay poca responsabilidad en obrar erróneamente. Con manos firmes y corazones santos, esas fieles almas son como clarines en las atalayas de la rectitud, la esperanza y la paz interior.

La niebla opresiva que empaña los senderos tortuosos y los caminos de la vida de ustedes desaparecerá ante la luz espiritual que emana exclusivamente de Dios. Esta luz espiritual no brillará a menos que de manera diligente y humilde nos esforcemos por disfrutar de Su Espíritu, pues “el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta” (D. y C. 64:34).

El Espíritu del Señor puede estar siempre con nosotros, aun en los hornos más calientes de la vida en los que se nos pueda arrojar, para que aquellos que nos contemplen vean siempre que tenemos un compañero santo. Nabucodonosor experimentó esto mismo cuando miró al horno de fuego ardiendo y dijo: “…¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego?… He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses” (Daniel 3:24–25).

Ruego que en nuestros pensamientos y hechos se halle la manifestación de una paz y una fortaleza interior y espiritual; que tengamos fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios y que recordemos que por medio de nuestra obediencia, todas las cosas se nos pueden dar a conocer mediante Su Santo Espíritu. “El que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:8).

Al sembrar para nuestros espíritus, ruego que seamos fortalecidos en nuestro yo interior con poder procedente de Su Espíritu, pues la espiritualidad se asemeja a la luz del sol: pasa a través de lo impuro y no se contamina. Ruego que vivamos de tal manera que lo espiritual que hay en nosotros brille entre lo común, lo sórdido y lo maligno, y santifique nuestras almas.

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Fuente: “El fortalecimiento del Yo interior” Por el Presidente James E. Faust. Liahona Febrero 2003

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