Revista de la Soc. Soc. Agosto 1966
Como Conservar la Libertad
Por élder Bruce R. McConkie
Del Primer Consejo de los Setenta
Bruce

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“¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado?”
De tal manera habló Pablo al centurión mientras los soldados ataban al apóstol con correas y le preparaban para el látigo del verdugo.
Entonces el centurión dijo al tribuno, “¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano”.
¿Eres tú ciudadano romano?”, preguntó el tribuno a Pablo.
“Si”, respondió el apóstol.
“Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía”, dijo el tribuno.
Entonces Pablo dijo: “Pero yo lo soy de nacimiento”. (Hechos 2:25-28).
¡Nacer libre! ¡Nacer en la libertad! ¡Nacer para ser libre! ¡Pablo, un romano, nació heredero de la libertad de un ciudadano romano, reclamando sus derechos y privilegios bajo la ley¡ !El tribuno envidioso de no haber gozado siempre de esa bendición, se regocijaba aún de haber sido admitido como ciudadano del imperio, dándole derecho también de disfrutar de sus leyes y de la libertad de su sistema de vida establecido!
Cuán semejante a este ejemplo es la situación de los ciudadanos del reino terrenal de Dios, algunos nacidos dentro de la Iglesia, otros adoptados por medio de las purificantes aguas del bautismo, pero todos herederos de la libertad; su evangelio es la ley de la libertad; y mediante el liberal ejercicio de este don divinamente concedido a los santos, éstos heredan las bendiciones de su reino.
En la existencia preterrenal, todos los hijos espirituales de Dios estaban investidos con el libre albedrío, la libertad de elegir, la cual si es empleada sabiamente, les permitiría progresar y llegar a ser como su Padre.
Cuando el Padre presentó su plan de salvación a sus hijos espirituales, les preguntó “¿A quién enviaré para que sea mi hijo, el que por medio de su ministerio e infinita expiación impondrá las condiciones y obligaciones del plan de salvación?”
Hubo dos voluntarios. Jesús, el Unigénito, se le acercó y con gozosa intención dijo: “Heme aquí, envíame. Seré tu hijo, Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”. Pero Lucifer, el hijo de la mañana, “intentó destruir el albedrío del hombre” propuso: “Heme aquí envíame. Seré tu hijo y rescataré a todo el género humano, de modo que no se perderá una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra”.
Por consiguiente el Señor dijo, “Enviaré al primero”; Lucifer se rebeló; “hubo una gran batalla en el cielo”; y aquellos espíritus que temieron las pruebas y aflicciones del libre albedrío establecido en la vida mortal, fueron arrojados de los cielos. Y aquí en la tierra continuaron la batalla contra la libertad, la guerra cuyo propósito es “destruir el albedrío del hombre”, la guerra contra aquellos que “guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo.” (Moisés 4: 1-4; Abraham 3: 22-28; Apocalipsis 12: 7-17).
A fin de conservar latente la causa de la libertad, la única a través de la cual podemos obtener adelanto, progreso y salvación, el Señor ha entregado al hombre en su estado mortal, su evangelio. Este mismo, por definición y naturaleza, es “la perfecta ley de la libertad”, (Santiago 1:25). Los que lo recibís “a libertad fuisteis llamados”, (Gal. 3:13); y sois herederos “a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. (Romanos 8:21). A ellos les es posible decir entonces al Dios de su salvación, “Y andaré en libertad, Porque busqué tus mandamientos.” (Salmos 119:45), porque como Pablo dijo, “. . . donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. (2 Cor. 3:17)
Así que la libertad es inherente, se desarrolla, y la recibimos a través del evangelio. Si no existiera el evangelio de Cristo, no habría libertad. Cuando la causa del evangelio sufre, la libertad se perjudica. La libertad pertenece a Dios, la esclavitud a Satanás y la causa y el medio que fortalecen el despliegue y triunfo del evangelio de Dios es la que establece la libertad, la cual está inseparablemente unida a la causa de la justicia. La esclavitud, en cualquier grado o clase, no viene de Dios, sino más bien, por la misma razón de que niega la libertad, es parte del substituto de Satanás para el verdadero plan de Dios.
El mandato divino, “pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores”. (Lev. 25:10), es al final de cuentas, un mandamiento de predicar el evangelio, el cual es el único sistema perfecto de libertad en el mundo. Por igual razón, Jesucristo mismo vino “a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel”. (Isa. 61:1.) (Véase también-, Lucas 4:18-19.)
Por supuesto una cosa es exponer el tema general de la libertad y demostrar como para todo propósito práctico libertad es el evangelio, y el evangelio es libertad, y otra cosa es crear y conservar un sistema gubernamental que en la práctica asegura libertad a sus ciudadanos. Debe admitirse que la libertad, aunque existe a causa de Dios y el plan del evangelio, no es propiedad absoluta de la Iglesia. Sea libertad, albedrío, o libre elección, todo esto obra en cada aspecto de la vida humana, ya sea cívico o religioso, social o sagrado, eclesiástico o estatal, físico o espiritual. En efecto cuando el hombre piensa en la libertad, instintivamente vuelve su atención hacia las faces políticas y gubernamentales, a veces pasando por alto el cimiento religioso que debe establecerse si es que ha de existir libertad en cualquiera de estos aspectos.
En toda nación existen partidos políticos, sistemas económicos y grupos extremistas que procuran ya sea conservar, o destruir la libertad. Las agrupaciones comunistas, y aquellos con inclinaciones comunistas, por lo general, tratan de esclavizar al hombre y destruir su albedrío. Otros órganos asumen la prerrogativa de administrar los campos políticos y ofrecer cursos inspirados en el comunismo.
Es muchas veces difícil para la gente, incluyendo a los miembros de la Iglesia, saber a quién escuchar. Nutualmente, la mayoría de los miembros de la Iglesia desean seguir aquel curso que les asegure su libertad y les permita adorar a Dios de modo que puedan ganar su salvación. Pero la pregunta es qué hacer al respecto, qué curso seguir, a qué grupo apoyar, qué líderes seguir. Cómo aplicar los principios de libertad, no sola y estrictamente en el campo religioso, sino en cuanto a los intereses cívicos y gubernamentales.
Aunque a primera vista el problema parezca difícil, quizá la respuesta se encuentre recurriendo a los principios fundamentales. Quizá la dificultad no consista en determinar a qué causa política unirse, sino en usar nuestra fuerza e influencia en propagar aquellos principios del evangelio de los cuales surge la libertad. Contestando la pregunta de que cómo gobernaba a tantas y tan diversas personas como los Santos de los Últimos Días, José Smith dijo que les enseñaba principios correctos y ellos se gobernaban a sí mismos. Nada orienta al hombre mejor que el conocimiento de los principios verdaderos.
El élder Harold B. Lee dijo en la conferencia general de la Iglesia de abril de 1966, aconsejando a los oficiales de la Iglesia y los miembros, que dedicaran sus fuerzas y talentos en apoyar la causa del evangelio como un medio para conservar la libertad.
“Todos debemos aprender que la base de las enseñanzas del evangelio, son el arma del Señor contra el mal y toda clase de pecados, ya sean asechanzas políticas, inmoralidad, amenazas de desastres familiares, o cualquier otra siniestra aflicción entre nosotros.
Citó entonces el élder Lee las siguientes palabras que el Presidente David O. McKay, pronunció en la conferencia general de octubre de 1962.
En estos días de vacilación e inquietud, la más grande responsabilidad de las personas amantes de la libertad, es la de conservar y proclamar la libertad del individuo, su relación con Dios, y la necesidad de obedecer los principios del evangelio de Jesucristo. Solamente así podrá la humanidad hallar paz y felicidad. (Church News, 16 de abril de 1966.)
En otras palabras, para mantener y resguardar la causa de la libertad, no hay nada que un miembro de la Iglesia pueda hacer que se compare con el hecho de fortalecer y defender la causa del evangelio. El evangelio trae libertad; se engendra en los corazones y vidas de sus partidarios, y hasta que todos los hombres hayan sido convertidos y vivan en armonía con los principios del evangelio, prevalecerá la libertad entre todo pueblo. Podrá haber quién rinda sus servicios en aspectos de menor importancia, pero en lo que a los miembros de la Iglesia atañe, la causa de la libertad, es la causa del evangelio, y la expansión del mismo traerá consigo la victoria de la libertad.
Aquellos que creen y obedecen las enseñanzas del evangelio se liberan del cautiverio del pecado. Jesús dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra,” esto quiere decir si conserváis la fe después de haberla recibido, “seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” ¿Por qué? Porque Él dijo, “todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.” (Juan 8:31-84.)

Así que debemos preocuparnos menos en cuanto a principios políticos y más en cuanto a integridad personal; menos en apoyar este o aquel grupo, el cual desde nuestro limitado punto de vista es el que fomenta la libertad, y más en defender aquellos elevados principios espirituales, los cuales Dios ha dicho que deben ser aceptados si es que habrá libertad.
Esto no quiere decir que no tenemos responsabilidades cívicas o que legamos la solución de problemas gubernamentales a otros, lo que esto implica es asunto de énfasis y perspectiva, se trata de dar el primer lugar en la vida de uno a las cosas concernientes al reino de Dios, y de dejar las consideraciones políticas a un segundo plano.
La antigua promesa de Dios fue: “ser establecidos. . . como pueblo libre por el poder del Padre,” en este continente americano. (3 Nefi 21:4.) Esto lo hizo al establecer la constitución, “a manos de hombres sabios” a quienes “yo he levantado para este propósito mismo.” Esto fue hecho, dijo, “Para que todo hombre pueda obrar en doctrina y principio pertenecientes a lo futuro, de acuerdo con el albedrío moral que yo le he dado, para que cada hombre responda por sus propios pecados en el día del juicio.” (Doc. y Con. 101:77-80.)
Estas libertades las cuales están garantizadas por la Constitución de los Estados Unidos son en efecto los derechos inalienables de “toda la humanidad”, dijo el Señor, no tan solamente de la gente que vive en los Estados Unidos. Por lo tanto, el Señor espera que dondequiera que sea, sus santos, en todas las naciones, usen su influencia benéfica para elegir hombres capaces y honrados para oficiar en cargos políticos. (Doc. y Con. 98:4-10.)
Pero ni el sistema de gobierno norteamericano, ni ningún otro es perfecto, y todos los sistemas de gobierno serán substituidos durante el milenio. El Señor ha prometido “destruir completamente a todas las naciones.” (Doc. y Con. 87: 6.), y ha dicho al hombre que “no tendréis más leyes que las mías cuando yo venga.” (Doc. y Con. 3:22.)
En conclusión, aunque se espera que los santos hagan sentir su beneficiosa influencia y poder en los campos gubernamentales, al contribuir a la causa de la libertad desde un punto de vista cívico, su mayor responsabilidad hace en el reino espiritual, pues al final de cuentas, el medio para conservar la libertad, es predicar el evangelio, persuadiendo al hombre a guiarse por los principios del mismo, pues tales son los preceptos de la libertad.
El hombre será libre sólo hasta que llegue el día en que todos los hombres nazcan en la libertad, mediante el evangelio, en el completo sentido espiritual. Podemos conservar y apoyar la causa de la libertad, propagando el evangelio a toda la humanidad, convirtiéndolo en algo latente en la vida del hombre.

[avatar] por Javier Fuentes Mora

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