La felicidad es un estado del alma. Y ese gozoso estado viene como el resultado del vivir con rectitud.
“La vida es buena si vivimos para que lo sea”. Así decía parte de un mensaje inspirador que leí hace ya muchos años. Lo que ese mensaje llama “una vida buena” viene a ser el resultado de la manera en la que hacemos las cosas, de las palabras que elegimos decir e incluso de la clase de pensamientos que elegimos tener.
Nadie tiene por qué sentirse solo en el camino de la vida, puesto que a todos se nos invita a venir a Cristo y a ser perfeccionados en Él. La felicidad es el propósito del Evangelio y el propósito de la Expiación que redime a todo el género humano.
El relato en el libro de Helamán lo expresa de un modo conciso cuando dice: “Así vemos que el Señor es misericordioso para con todos aquellos que, con la sinceridad de su corazón, quieran invocar su santo nombre.
“Sí, así vemos que la puerta del cielo está abierta para todos, sí, para todos los que quieran creer en el nombre de Jesucristo, que es el Hijo de Dios.
“Sí, vemos que todo aquel que quiera, puede asirse a la palabra de Dios, que es viva y poderosa, que… guiará al hombre de Cristo por un camino estrecho y angosto…
y depositará su alma, sí, su alma inmortal, a la diestra de Dios en el reino de los cielos…”.
Mis amados hermanos y hermanas, tenemos que reconocer que “el querer” es el factor determinante que nos conducirá a asirnos a la palabra de Dios y ser felices. La perseverancia en el empeño de tomar decisiones correctas es lo que nos lleva a la felicidad.
La felicidad llega a nosotros como resultado de nuestra obediencia y de nuestra valentía al hacer siempre la voluntad de Dios, incluso en las más difíciles circunstancias. Cuando el profeta Lehi amonestó a los habitantes de Jerusalén, éstos se burlaron de él, y, como habían hecho contra los demás profetas de la antigüedad, también procuraron quitarle la vida. Cito al profeta Nefi: “yo… os mostraré que las entrañables misericordias del Señor se extienden sobre todos aquellos que, a causa de su fe, él ha escogido, para fortalecerlos, sí, hasta tener el poder de librarse”.
Cuando yo servía de misionero en el norte de México, unos pocos días después del servicio bautismal de la familia Valdez, recibimos una llamada telefónica del hermano Valdez, que nos pidió que fuésemos a su casa, porque tenía que hacernos una pregunta importante. Debido a que ya conocía la voluntad del Señor con respecto a la Palabra de Sabiduría y aun cuando le resultaría difícil hallar un nuevo empleo, se preguntaba si debía seguir trabajando para la empresa cigarrera en la que había trabajado desde hacía muchos años. Tan sólo unos días después, el hermano Valdez volvió a pedirnos que fuéramos a verlo. Había decidido dejar ese trabajo porque no estaba dispuesto a proceder en contra de sus convicciones. En seguida, con una sonrisa y emocionado, nos dijo que el mismo día que había dejado su antiguo empleo, otra empresa se había puesto en contacto con él para ofrecerle un puesto mucho mejor.
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