Como miembro de la Iglesia tenemos la bendición de que mucha gente se interese en nuestro progreso, y a medida que vamos creciendo y avanzando en el evangelio es muy probable que alguien empiece con las preguntas que bien conocemos, iniciando con ¿Y el novio (la novia)?, ¿Ya se van a casar?, ¿Y para cuándo los hijos?, ¿Para cuándo el otro?…

Como nunca me ha gustado quedarme sin investigar bien sobre los temas que me interesan, me di a la tarea de buscar sobre la perspectiva de la Iglesia respecto a la planificación familiar, y así poder prepararme para cuando recibiera dichas preguntas. Así fue como di con el siguiente mensaje del Élder Dallin H. Oaks.
Algo que debemos entender es que el plan de salvación conlleva el traer a los hijos de Dios en el momento adecuado a un hogar adecuado. Es por eso que es de vital importancia no sólo decir la postura de la Iglesia sobre planificación familiar, sino hablar de los temas que le anteceden, es decir, la castidad y el matrimonio entre un hombre y una mujer. Si tienen la oportunidad de leer completo el mensaje, les dejaré el link en la parte de abajo.
“El poder de crear vida es el más exaltado que Dios ha dado a Sus hijos. El empleo de ese poder se ordenó en el primer mandamiento, pero hubo otro mandamiento importante que se dio para que no se abusara de el. La importancia que damos a la ley de castidad se debe a la comprensión que tenemos del propósito de nuestro poder procreador para que se lleve a cabo el plan de Dios.

A Él le agrada la expresión de esos poderes procreadores, pero ha mandado que se confinen a la relación matrimonial. El presidente Spencer W. Kimball enseñó que, “dentro de los lazos del matrimonio legal, la intimidad de las relaciones sexuales está bien y cuenta con la aprobación divina. No hay nada impuro ni degradante en la sexualidad de por sí, puesto que por ese medio el hombre y la mujer se unen en un proceso de creación y en una expresión de amor” (The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. por Edward L. Kimball, Salt Lake City: Bookcraft, 1982, pág. 311).

Fuera de los lazos del matrimonio, todas las formas de emplear el poder procreador son, en uno u otro grado, una degradación pecaminosa y una perversión del atributo más divino dado al hombre y a la mujer. El Libro de Mormón enseña que la falta de castidad es más abominable “que todos los pecados, salvo el derramar sangre inocente o el negar al Espíritu Santo” (Alma 39:5). En nuestros días, la Primera Presidencia de la Iglesia ha declarado esta doctrina de la Iglesia: “Que la gravedad del pecado sexual-las relaciones sexuales ilícitas entre el hombre y la mujer-se compara con la del asesinato” (“Mensaje de la Primera Presidencia”, citado en Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, comp. por James R. Clark, 6 tomos, Salt Lake City: Bookcraft, 1965–1975, 6:176).

Nuestro conocimiento del gran plan de felicidad nos proporciona además una perspectiva exclusiva del matrimonio y de los hijos; también en este aspecto vamos en contra de la fuerte corriente de las costumbres, las leyes y la economía.

Cada vez aumenta mas la proporción de parejas que desprecian el matrimonio, y muchos de los que se casan deciden no tener hijos o limitar el numero de hijos que tengan.

Se nos enseña que el matrimonio es indispensable para que se cumpla el plan de Dios, para proveer a los espíritus que nazcan el ambiente propicio y aprobado y para preparar a los miembros de la familia para la vida eterna. El Señor dijo:

“… el matrimonio lo decretó Dios para el hombre.

“… para que la tierra cumpla el objeto de su creación;

“y para que sea llena con la medida del hombre, conforme a la creación de este antes que el mundo fuera hecho” (D. y C. 49: l 5–17).

Nuestro concepto del matrimonio está motivado por la verdad revelada, no por la sociología del mundo. El apóstol Pablo enseñó que “en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (1 Corintios 11: 11). Y el presidente Spencer W. Kimball explico esto: “Sin un matrimonio cabal y feliz, el hombre no puede ser exaltado” (Marriage and Divorce, Salt Lake City: Deseret Book Company, l 976, pág. 24).

El conocimiento del gran plan de felicidad también da a los Santos de los Últimos Días un sentido diferente de la importancia de tener hijos y enseñarles correctamente.

En diversas épocas y sociedades, los niños no tienen mas valor que como obreros dentro de la organización familiar o como un medio de sostén para sus padres en la vejez. Hay personas que, aunque se horrorizarían ante esa represión, no vacilan en tener una actitud similar con la que subordinan el bienestar de un hijo espiritual de Dios a la comodidad o a la conveniencia de sus padres.

El Salvador enseñó que no debemos hacernos tesoros en la tierra, sino prepararnos tesoros para el cielo. Si consideramos el propósito principal del gran plan de felicidad, creo que, ya sea en la tierra o en el cielo, nuestro tesoro principal deben ser nuestros hijos y nuestra posteridad.

El presidente Kimball dijo lo siguiente: “… Rehusar tener hijos cuando se tiene la capacidad de hacerlo constituye un acto de extremo egoísmo por parte de un matrimonio” (“Fortalezcamos nuestros hogares en contra del mal”, Liahona agosto de 1919, pág. 8). Cuando los matrimonios posponen el tener hijos hasta después de haber satisfecho sus deseos materiales, el tiempo que pasó con seguridad reducirá las posibilidades de contribuir al adelanto del plan de nuestro Padre Celestial para todos Sus hijos espirituales. Los Santos de los Últimos Días que son fieles no pueden considerar a los hijos como un estorbo para lograr lo que el mundo llama el “cumplimiento de sus sueños”. Los convenios que hemos hecho con Dios y el propósito principal de esta vida se encuentran ligados a esos pequeñitos que esperan de nosotros tiempo, amor y sacrificios.

¿Cuantos hijos debe tener una pareja? ¡Todos los que pueda atender bien! Por supuesto, atender a los niños implica algo más que darles la vida; es preciso amarlos, enseñarles, alimentarlos, vestirlos, alojarlos y prepararlos para que ellos mismos lleguen a ser buenos padres. Muchas parejas de Santos de los Últimos Días, ejerciendo la fe en las promesas que Dios les ha hecho de bendecirlos si guardan Sus mandamientos, tienen familias grandes; otras las desean pero no tienen la bendición de tener hijos o no tienen todos los que desearían. En asuntos tan íntimos como este, no debemos juzgarnos los unos a los otros.

“Las relaciones sexuales en el matrimonio no tienen sólo el propósito de procrear, sino que también son un medio de expresarse amor y fortalecer los lazos emocionales y espirituales entre el esposo y la esposa.
La decisión con respecto a cuántos hijos tener y cuándo tenerlos es extremadamente íntima y privada y debe quedar entre los cónyuges y el Señor. Se insta a los cónyuges a orar y a consultarse mutuamente al planificar su familia.  Los miembros de la Iglesia no deben juzgarse unos a otros en este asunto. Entre los asuntos que deben considerar están la salud física y mental de ambos progenitores, así como su capacidad de proveer para las necesidades básicas de sus hijos.
Las decisiones en cuanto al control de la natalidad, y sus consecuencias, corresponden únicamente a la pareja casada. Sin embargo, el aborto como un método de control de la natalidad es contrario a los mandamientos de Dios.” (Temas del evangelio “Control de la natalidad”, lds.org)
Fuente: Gran Plan De Salvación, Dallin H. Oaks, Liahona Octubre 1993; Control de la natalidad lds.org; Imagen de google

[avatar]por Abish Estrada

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