Hace poco tuve mi entrevista para obtener mi recomendación y entrar al templo, de hecho tuve que ir 3 veces –por ciertas metas- con el Obispo antes de poder entrevistarme con el Presidente de Estaca. Soy miembro de la iglesia desde hace 6 años y apenas podré entrar a la casa de mi Padre. No fue fácil, pero con esfuerzo lo logre, tuve yerros y nadie me señalo.
Muchos cometemos pecadijirillos aún “viviendo” el evangelio, algunos por ignorancia, otros por omisión y obviamente también por comisión, pero nos es más fácil señalar al otro que aceptar nuestros yerros y corregirlos.
Sabemos que tenemos libre albedrío, podemos elegir nuestros actos, pero no sus consecuencias. Si sabemos de alguien que tiene una enfermedad venérea le acusamos de no respetar la palabra de castidad, pero si alguien es obeso, diabético, hipertenso o tiene el colesterol alto no lo condenamos por no respetar la palabra de sabiduría y simplemente decimos que está enfermo.
Aquellos que somos conversos y tenemos un pasado oscuro, pretendemos creer que ya somos limpios -por siempre-después de haber pasado por las aguas bautismales, pero si vemos a alguien cometiendo un acto que va contra los principios enseñados en la iglesia, sacamos el fariseo que llevamos dentro y lo acusamos de apostata, dejando de lado que domingo tras domingo recordamos los convenios bautismales participando de la santa cena.
Criticamos fuertemente al obispo por administrar –más que ministrar- y dejar a la deriva a muchos necesitados, pero el diezmo que damos no es del todo íntegro y nuestras ofrendas distan de ser generosas. Igualmente, nos engrandecemos demostrando que líderes locales o autoridades generales se equivocan, pero cuando tenemos la oportunidad de no sostenerlos, no nos atrevemos a hacerlo de frente y levantamos la mano en señal de apoyo. Nos molestamos por no recibir la ayuda que “requerimos” y después vomitamos nuestra frustración con todos en lugar de ver todas las opciones que nos presenta la iglesia.
Decimos ser activos por llevar años sin faltar a las reuniones dominicales, pero cuando hay necesidad de estar en la capilla otro día ponemos mil pretextos. Estamos cada 8 días sentados a la espera de recibir los sacramentos, pero terminando la primer reunión nos vamos a disfrutar el “Día de reposo”.
Decimos conocer conceptos como: expiación y trinidad, pero nos confundimos cuando nos dicen quien es Jehová. Aseguramos creen en la restauración del evangelio, pero nunca hemos abierto el libro de mormón y poco conocemos sobre la historia de los pioneros, mas nos espantamos cuando nos cuentan las “atrocidades” que han pasado en la historia de los SUD.
Así nos manejamos dentro de la iglesia, pero aun siendo tolerantes con el que no diezma, con el que no ayuna y por ende no ofrenda, con el que tiene malos hábitos alimenticios, con el pseudo-activo, con el que no hace sus visitas de orientación familiar, etc., nos mostramos intolerantes con el homosexual y aunque decimos respetarlo, nos referimos a él como si del mismo enemigo habláramos.
En esta parte me voy a extender un poco, pues aunque sé que tenemos las escrituras que aborrecen la práctica homosexual, también tenemos líderes que nos han dicho que debemos amar a nuestros hermanos que pasan por estas duras pruebas; incluso en las escrituras tenemos el caso del esclavo del Centurión que fue sanado por Jesucristo. Pruebas como el que no puede dejar de comer porque está enfermo de la tiroides, como el que no puede dejar de mentir por tener un trastorno mental llamado mitomanía, como aquel que no es capaz de sentir un arrepentimiento a causa de otro desorden llamado sociopatía.
Decimos que es antinatural el que 2 personas del mismo sexo se sientan atraídas, sin embargo, es algo que también se da en la naturaleza, pues esta conducta se ha visto tanto en animales domésticos como silvestres, tanto en hembras como en machos.
Dejando a un lado la ciencia, si bien es cierto que la homosexualidad se sacó del listado de enfermedades psiquiátricas sólo por votación, también es cierto que no se han descubierto sus causas, pues a pesar de que se han realizado estudios, ninguno de ellos es concluyente y lo que nos queda es amar a nuestros hermanos que pertenecen a la comunidad LGBTI.
Recordemos que no es al hermano al que debemos rechazar, sino a las prácticas y no sólo me refiero a las sexuales, sino a todas las descritas anteriormente. No juzguemos a nuestros hermanos sólo por pecar diferente.
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