Muchos de nosotros pudimos disfrutar de las palabras del Presidente Gordon B. Hinckley cuando estaba en vida. Escuchar cómo hablaba de su hermosa esposa Marjorie Pay Hinckley, así como las palabras de amor que su esposa tenía para él.  Recordamos cómo con su encantador humor y genuino amor, conversaba con nosotros como si formáramos parte de su familia. Luego, como si fuese nuestra propia madre o abuela, nos decía estar orgullosa de nosotros y nos animaba al decirnos que, con la ayuda del Señor, podemos sobreponernos a las dificultades de la vida y tener gozo. A menudo el Presidente Hinckley adoptaba el papel de un padre o de un abuelo amoroso que nos enseñaba a ser mejores hijos, padres, cónyuges y parientes.
Para mí han sido un ejemplo de relación, de amor y de servicio al Señor y Su iglesia. Al enseñar un estilo de vida que ejemplificaron a lo largo de más de 90 años de vida y de 66 de matrimonio, el matrimonio Hinckley ha sido un matrimonio notablemente capacitado para aconsejarnos sobre los papeles más importantes que desempeñaremos. En el año 2003 conversaron con los editores de las revistas de la Iglesia Marvin K. Gardner y Don L. Searle sobre cómo fortalecer el matrimonio y la familia, y a continuación les comparto algunas preguntas que nos ayudarán a mejorar y fortalecer nuestras relaciones con los seres que amamos.

 ¿Cómo han conseguido ser felices en su matrimonio por tanto tiempo?

Presidente Hinckley: La base de un buen matrimonio es el respeto mutuo, el velar por la comodidad y el bienestar del cónyuge. Ésa es la clave. Si los esposos pensaran menos en sí mismos y más en sus cónyuges, tendríamos hogares más felices en la Iglesia y en todo el mundo.

Hermana Hinckley, usted ha dicho en referencia a su esposo: “Siempre me dio libertad para hacer las cosas a mi manera. Jamás insistió en que hiciera todo a la manera de él o de cualquier otra. Desde el principio me permitió tomar mis propias decisiones y determinar mi propio camino” . ¿Cómo lo hizo?

Hermana Hinckley: Nunca me ha dicho lo que debo hacer; me deja elegir. Me ha hecho sentir como una verdadera persona y me ha animado a hacer aquello que me hiciera feliz; en realidad, no intenta controlarme ni dominarme.

Presidente, usted ha dicho: “Algunos maridos piensan que tienen el derecho de obligar a sus esposas a adecuarse a las normas de lo que ellos consideran ideales; pero así jamás funciona” . ¿Ha evitado hacer eso con la hermana Hinckley?

Presidente Hinckley: Me he esforzado por reconocer la individualidad de mi esposa, su personalidad, sus deseos, su experiencia, sus ambiciones. Déjenlas volar, sí, ¡déjenlas volar! Permítanles desarrollar sus propios talentos, hacer las cosas a su manera. Quítense de en medio y maravíllense de lo que hacen.

¿Cuáles son algunas de las cosas que hace ella y que tanto le maravillan?

Presidente Hinckley: Pues, muchas cosas…

Hermana Hinckley (sonriendo): Se lo ha puesto difícil.

Presidente Hinckley: …se ha hecho cargo de la casa todos estos años. Cuando los niños eran pequeños, yo solía estar gran parte del tiempo viajando debido a mis asignaciones en la Iglesia. En aquel entonces, cuando yo era responsable de la obra en Asia, asignación que tuve durante mucho tiempo, podía llegar a estar fuera casi dos meses seguidos. Por aquel entonces no podíamos llamarnos por teléfono muy a menudo; pero ella se hizo cargo de todo. Atendió la casa y se ocupó de los niños.

Teníamos un huerto en el patio trasero y cuando una vez volví de una de esas largas asignaciones, descubrí que en ese lugar habían plantado césped. Ella y los niños habían preparado la tierra, plantado la simiente, ¡y teníamos un hermoso césped! El huerto no sufrió porque pudimos plantar otro hacia el sur, pero todo el patio trasero se convirtió en un hermoso terreno cubierto de césped.

Era muy propio de su forma de hacer las cosas. Ella era independiente y tenía buen ojo para la belleza.

Hermana Hinckley, usted ha dicho: “En esta vida, la única forma de sobrellevar los problemas es reírse. O se llora o se ríe, y yo prefiero reír, ya que llorar me produce jaqueca” .

Hermana Hinckley: Si no podemos reírnos de la vida, lo vamos a pasar muy mal.

¿Recuerda alguna ocasión en que la risa fuera la mejor medicina?

Hermana Hinckley: Casi cualquier ocasión. Una vez, cuando nuestros hijos eran pequeños, preparé un guiso. Me había salido muy bueno, pero al retirarlo del horno, nuestro hijo Dick dijo: “¿Por qué has hecho esa bazofia?”.

Revistas de la Iglesia: ¿Qué edad tenía él?

Hermana Hinckley: Catorce años, ¡una buena edad para saber medir sus palabras!

¿Qué hacen ustedes para mantener unida a la familia?

Presidente Hinckley: Bueno, hemos hecho muchas cosas a través de los años, quiero decir muchas. Desde que los niños eran pequeños, siempre hemos intentado ir juntos a algún lugar durante el verano, hacer turismo. Y seguimos haciéndolo aún después de casarse nuestros hijos.

En una ocasión mi esposa dijo que uno de sus mayores deseos era pasear por las calles de Hong Kong con nuestros hijos, así que aquella vez fuimos a Asia. En otra ocasión dijo que le gustaría pasear por las calles de Jerusalén con ellos, por lo que dispusimos la economía familiar y nos fuimos todos a Jerusalén. Hemos pasado muy buenos momentos juntos.

Quiero decir algo a su favor: nuestros hijos disfrutan de la compañía de sus hermanos. Aún solemos reunirnos una vez al mes para celebrar una noche de hogar con todos los miembros de la familia: los hijos, los nietos y los bisnietos que estén en la ciudad. No es más que una extensión de lo que hicimos cuando nuestros hijos eran pequeños. Siempre teníamos la noche de hogar y cuando me hallaba de viaje, mi esposa seguía adelante con la noche de hogar y otras cosas importantes. Ella simplemente hacía que todo siguiera su marcha.

Descríbanos cómo es una noche de hogar con toda su familia.

Presidente Hinckley: Comemos juntos, conversamos; lo pasamos bien juntos y comentamos uno o dos temas. Todos disfrutan con todos, lo cual es algo magnífico hoy en día.

Usted ha mencionado que de pequeño celebraban la noche de hogar en casa de sus padres.

Presidente Hinckley: Es cierto, desde 1915, cuando el presidente Joseph F. Smith anunció el programa. Mi padre dijo: “Vamos a tener noches de hogar”. Lo probamos, aunque al principio no tuvimos mucho éxito; pero fuimos mejorando y siempre hemos celebrado la noche de hogar: en la casa de mi padre, en mi casa y ahora mis hijos en sus casas.

¿Qué les dirían a los padres que han dado oído al consejo de celebrar la noche de hogar y que guardan sus convenios como mejor saben, pero que aún así tienen un hijo o una hija que se ha alejado de la Iglesia?

Presidente Hinckley: Hagan lo mejor que puedan y después dejen el asunto en manos del Señor. Sigan adelante con fe.

Hermana Hinckley: Nunca se rindan. Jamás se den por vencidos con los hijos.

Presidente Hinckley: Nadie está perdido sino hasta que alguien se da por vencido. Se debe perseverar. Afortunadamente, nosotros no hemos tenido esa experiencia en nuestra familia, por lo cual me siento agradecido. Según lo veo, nuestra familia ha salido sorprendentemente bien y considero que todo se lo debemos a esta mujer.

Hermana Hinckley: Gracias.

¿Qué aconsejarían a los hijos en cuyos hogares no se celebra la noche de hogar, pero ellos la desean con desesperación?

Presidente Hinckley: Los hijos pueden hacer muchas cosas. Es triste que haya situaciones así, pero son reales. También los hijos deben hacer todo lo que les sea posible, ya que en muchas ocasiones pueden influir en sus padres. Más de un hogar disfruta ahora de una mejor calidad de vida debido a que los hijos oraron por ello y así lo pidieron a sus padres. Algunos hijos que vivan esas circunstancias desafortunadas pueden tener experiencias edificantes en los hogares de sus amigos de la Iglesia; pero no deja de ser triste el que esos niños no puedan tener las bendiciones y el beneficio de vivir en un hogar donde haya el deseo de vivir el Evangelio y de seguir el programa de la Iglesia.

Usted ha dicho que su padre jamás le puso la mano encima a ninguno de sus hijos cuando los disciplinaba.

Presidente Hinckley: Es verdad. Considero que no hay que pegar a los niños ni nada por el estilo. Se puede disciplinar a los hijos con amor; se les puede aconsejar si tan sólo los padres se toman el tiempo de sentarse tranquilamente con ellos y conversar. Cuéntenles las consecuencias que tiene el mal comportamiento, el no hacer lo justo. Los hijos serían mucho más felices, y creo que el resto del mundo también.

Mi padre jamás nos puso la mano encima. Poseía una sabiduría muy particular y solía conversar apaciblemente con nosotros; nos cambiaba de sentido cuando íbamos en la dirección equivocada, sin pegarnos ni darnos con la correa, ni nada por el estilo. Jamás he creído en el castigo corporal de los niños; no considero que sea necesario.

Hermana Hinckley, usted ha dicho que “si pegamos a los niños, nunca aprenderán a no pegar a los demás”.

Hermana Hinckley: Cuando mi hija Jane era pequeña, un día me dijo que tenía una amiga que “no la dejaban salir de casa” y le pregunté qué significaba eso. Nosotros hemos permitido que nuestros hijos sacaran sus propias conclusiones. Sabían cuándo hacían algo malo, y lo arreglaban ellos mismos. Un domingo, una de nuestras hijas decidió quedarse en casa en vez de ir a las reuniones; se quedó allí pero se sintió muy sola. Todos estaban en la iglesia menos ella, que no hizo más que sentarse en el césped. No volvió a intentarlo; se dio cuenta de que no era tan divertido. Estaba sola.

Hermana Hinckley, usted ha deleitado a auditorios con su comentario de que cuando su esposo fue llamado como Presidente de la Iglesia, usted se preguntó: “¿Cómo es que una chica como yo se haya metido en un lío como éste?”. Ahora que ha cumplido 66 años de matrimonio con este gran hombre, ¿podría decirnos lo que piensa hoy día sobre ese comentario?

Hermana Hinckley: Bueno, salió mejor de lo esperado. Nuestra vida ha sido espléndida.

Presidente Hinckley: Verdaderamente hemos disfrutado de una buena vida. No tenemos mucho de qué lamentarnos; claro que hemos cometido errores, pero nada que tenga consecuencias graves. Creo que lo hemos hecho bien.

¿Creen que los jóvenes que se casan actualmente tienen el mismo tipo de problemas que ustedes, o son diferentes?

Presidente Hinckley: Fundamentalmente son los mismos problemas. Nosotros nos casamos durante la Gran Depresión y no teníamos nada. Nadie lo tenía. Creo que todos éramos pobres.

Hermana Hinckley: No sabíamos que éramos pobres.

Presidente Hinckley: Empezamos modestamente y el Señor nos ha bendecido abundantemente. No conozco a nadie que pudiera haber sido más bendecido que nosotros. Hemos tenido problemas y hemos pasado por lo que pasan todos los padres: hijos enfermos y cosas por el estilo. Pero al fin y al cabo, si se es capaz de vivir con una buena mujer durante toda la vida y ver a los hijos madurar y convertirse en personas felices y capaces que se esfuerzan por mejorar el mundo que les rodea, entonces uno puede considerar que su vida ha sido un éxito. No se trata de cuántos automóviles se tenga, ni de lo grande que sea su casa, ni de nada por el estilo. Lo importante es la clase de vida que se haya llevado.

¿Cómo tratan ustedes las diferencias de opinión?

Presidente Hinckley: Hemos llegado hasta aquí siendo amables el uno con el otro. Como dije antes, el respeto mutuo es de gran importancia: deben tener respeto el uno por el otro, como individuos, y no procurar que el cónyuge sea una réplica de uno mismo. Deje que su esposa viva su vida a su manera e incentive sus talentos y sus intereses. Entonces se llevarán bien.

Algo que me preocupa es que haya hombres que intentan controlar la vida de sus esposas y decirles todo lo que deben hacer. No funciona así. No habrá felicidad en la vida de los hijos ni de los padres si el varón intenta hacerse cargo de todo y dominar a su esposa. Ambos son socios, son compañeros en esta gran aventura que llamamos matrimonio y vida familiar.

Hermana Hinckley: Me casé bien, ¿no?

Presidente Hinckley (riendo): Nuestra vida ha sido buena. Aún nos queremos.

Tenemos mucho por aprender cuando escuchamos a nuestros líderes, cuando les conocemos y buscamos seguir los buenos pasos que nos acerquen más al Señor y a Su voluntad. Espero les guste igual que a mí este artículo, que aprendamos y llevemos a la práctica los consejos necesarios para nuestro progreso y fortalecimiento en nuestra familia, la educación de nuestros hijos y la relación conyugal.

Fuente: “En casa con el matrimonio Hinckley” Liahona octubre 2003

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