Desde que tengo memoria me he visualizado como madre, ahora que esa oportunidad se vuelve más real he procurado prepararme mental y espiritualmente para dicha tarea divina y sagrada.
He pensado en todo lo que mi madre tuvo que vivir en su maternidad, madre de 5 hijos, realmente tenía una vida ocupada. Pienso en todas las experiencias que ahora como familia nos causan gracia. Experiencias de travesuras y accidentes que fueron preocupantes en su momento. Enseñar a convivir a 5 individuos con personalidades diferentes debió ser una tarea que la dejó exhausta, y a su vez tener que aprender a convivir, como padres, con nosotros y a aceptar nuestras decisiones a medida que íbamos creciendo. Reflexiono sobre su papel de madre y pienso en lo difícil y a la vez hermoso que resulta la maternidad.
En la guía para el estudio de las escrituras dice que la palabra “Madre” es el título sagrado de la mujer que da a luz o adopta hijos. Me llama mucho la atención la palabra SAGRADO, es decir, que es de carácter divino, o puro moral y espiritualmente. La maternidad, a pesar de ser uno de los papeles más importantes (junto con la paternidad) en el plan de Dios, no siempre es valorado como se debe, y no sólo por un esposo que no reconoce la ardua labor, o por los hijos que no siempre apreciamos el papel de madre, sino también por la misma madre, que llega a pensar que su papel es inútil, que no aporta nada al hogar, o que podría hacer más por su familia si saliera a trabajar y ganar más dinero. Realmente hay momentos de gran gozo y de increíble satisfacción, pero también los hay de una sensación de ineptitud, de monotonía y frustración. La madre puede pensar que recibe muy poco o ningún aprecio por la decisión que ha tomado. A veces parece que ni el marido tiene idea de las exigencias que enfrenta la esposa.
A pesar de tener guía del Espíritu, las enseñanzas del evangelio y quizá consejos de expertos en la materia, la verdad es que no existe una sola manera perfecta de ser una buena madre; cada situación es única; cada madre tiene desafíos diferentes, capacidad y habilidades diferentes y, ciertamente, hijos diferentes. Para cada madre y cada familia las opciones son distintas y únicas. Muchas mujeres pueden ser “madres de tiempo completo”, al menos durante los años formativos de los hijos, y muchas otras quisieran serlo. Algunas tienen que trabajar a tiempo completo o a medio tiempo; algunas trabajan en la casa; otras dividen su vida en períodos para el hogar y la familia y períodos de trabajo. Lo realmente importante es que la madre ame profundamente a sus hijos y que, de acuerdo con la devoción que tenga hacia Dios y hacia el esposo, les dé prioridad a ellos sobre todo lo demás.

Pienso, en mi propia experiencia como hija, que los años que vivimos con los padres son realmente importantes para los hijos. Creo que es importante que nos concentremos en nuestros hijos durante el corto tiempo que los tenemos con nosotros y que procuremos, con la ayuda del Señor, enseñarles todo lo que podamos antes de que se vayan de casa; esa labor eternamente importante recae en madres y padres como compañeros iguales.

Quizá antes de ser madre, o durante, sintamos momentos en que nuestra labor no es la óptima, que quizá haya más opciones de ser reconocida como mujer que la maternidad, sin embrago, recordando el plan del padre, no hay papel más necesario que de una madre criando y enseñando a sus hijos. Es por eso que quiero compartir con ustedes algunas de las cosas que mencionó el élder M. Russell Ballard en la conferencia de Abril del 2008 y que podemos hacer nosotras mismas, así como las personas que nos rodean para valorar y perfeccionar la maternidad que vivimos.
Ya seas esposo, hijo, miembro de la iglesia o madre, puedes hacer algo.
 

¿Qué pueden hacer ustedes, como madres jóvenes, para reducir la presión y disfrutar más de su familia?
1.- Reconozcan que el gozo de la maternidad viene en ciertos momentos. Habrá períodos difíciles y períodos frustrantes; pero en medio de los problemas, hay luminosos momentos de gozo y satisfacción.
La autora Anna Quindlen nos recuerda que no debemos apresurarnos al vivir esos momentos fugaces. Ella dijo: “El error más grande que cometí [como madre] es el que la mayoría de nosotros cometemos… No viví bastante en el momento. Eso es particularmente claro para mí ahora que el momento se ha ido y ha quedado captado solamente en fotografías. Hay una foto de mis tres hijos, de uno, cuatro y seis años, sentados en el césped sobre una manta a la sombra de unos columpios en un día de verano. Desearía poder recordar lo que comimos, lo que hablamos, las voces y el aspecto que tenían cuando se durmieron esa noche; desearía no haber estado tan apurada por pasar a lo siguiente: la cena, el baño, el libro y la cama. Desearía haber atesorado un poco más el hecho y un poco menos el afán de hacerlo” (Loud and Clear, 2004, págs. 10–11).
2.- No se excedan al programar sus días para ustedes ni para sus hijos. Vivimos en un mundo lleno de opciones; si no tenemos cuidado, cada minuto estará repleto de eventos sociales, clases, ejercicios, clubes de libros, álbumes de recortes, llamamientos de la Iglesia, música, deportes, internet y programas favoritos de televisión. Una madre me dijo que en una época sus hijos tenían 29 compromisos programados por semana: lecciones de música, scouts, baile, béisbol, campamentos diurnos, fútbol, arte, etc.; ella se sentía como conductor de taxi. Al fin, convocó a una reunión de familia y anunció: “Hay que dejar algo de lado; no tenemos tiempo para nosotros, ni para dedicarlo los unos a los otros”. Las familias necesitan tiempo libre en el que se profundicen las relaciones y en el que los padres puedan actuar como tales. Dense tiempo para escuchar, reír y jugar juntos.

3.- Al mismo tiempo que traten de poner fin al exceso de actividades, hermanas, tomen tiempo para dedicarse a ustedes mismas, para cultivar sus dones e intereses. Elijan una o dos cosas que les gustaría aprender o hacer, algo que mejore su vida, y háganse tiempo para hacerlas. No se puede sacar agua de un pozo vacío, y si no apartan unos momentos para renovarse, tendrán cada vez menos para dar a los demás, incluso a sus hijos. Eviten el abuso de cualquier tipo de substancia pensando erróneamente que les ayudará a lograr más; y no se permitan la pérdida de tiempo en cosas que adormecen la mente como mirar telenovelas o navegar en internet. Vuélvanse al Señor con fe, y sabrán lo que deben hacer y cómo hacerlo.

4.- Oren, estudien y enseñen el Evangelio. Oren fervientemente sobre sus hijos y sobre su función de madres. Los padres pueden ofrecer un tipo especial y maravilloso de oración, porque oran al Padre Eterno de todos nosotros. Una oración en la que se diga básicamente: “Somos padres, mayordomos de Tus hijos, Padre; te rogamos que nos ayudes a criarlos como Tú lo harías”, lleva en sí una fuerza extraordinaria.

¿Qué más puede hacer el esposo para apoyar a su esposa, la madre de sus hijos?

1.- Demuestren más aprecio y den mayor valor a lo que su esposa hace diariamente. Presten atención a lo que sucede y digan “gracias” con frecuencia. Programen algunos ratos para pasar juntos por la noche, los dos solos.

2.- Dediquen tiempo con regularidad para hablar con su esposa sobre las necesidades de cada uno de los hijos y de lo que puedan hacer ustedes para ayudar.

3.- Den a su esposa de vez en cuando un “día libre”. Encárguense de la casa y denle a ella un descanso de sus responsabilidades diarias. El hacerlo por un rato aumentará considerablemente su aprecio por lo que su esposa hace día tras día. ¡Tal vez hasta tengan que levantar peso, voltearse y doblarse bastante!

4.- Al regresar a casa del trabajo, tengan una participación activa con su familia; que el trabajo, los amigos y los deportes no tengan mayor prioridad que escuchar a sus hijos, jugar con ellos y enseñarles.
¿Qué pueden hacer los hijos, incluso los pequeños?

1.- Pueden recoger los juguetes al terminar de jugar; y cuando sean un poquito mayores, pueden tender la cama, ayudar con los platos y otras tareas, y hacerlas sin que se les pida.

2.- Pueden decir “gracias” más seguido al terminar una comida deliciosa, cuando se les lea un cuento antes de dormir o al ver que tienen ropa limpia en los cajones.

3.- Y, sobre todo, pueden abrazar seguido a su mamá y decirle cuánto la quieren y agradecen su esfuerzo.

¿Qué puede hacer la Iglesia?
La Iglesia tiene mucho para ofrecer a las madres y a las familias, pero hoy sugiero que el obispado y los miembros del consejo del barrio sean particularmente observadores y considerados con el tiempo y las exigencias de las madres jóvenes y su familia. Conózcanlas y sean prudentes en lo que les pidan que hagan en esta época de su vida. El consejo de Alma a su hijo Helamán se aplica a nosotros actualmente: “…he aquí, te digo que por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas”
Espero que ninguna de ustedes, queridas hermanas, casadas o solteras, se pregunte alguna vez si tiene valor a la vista del Señor y de los líderes de la Iglesia. Las queremos, las respetamos y apreciamos la influencia que tienen en preservar la familia y en contribuir al progreso y a la vitalidad espiritual de la Iglesia. Recordemos que “la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos”. Las Escrituras y las enseñanzas de los profetas y apóstoles ayudan a todos los miembros de la familia a prepararse juntos desde ahora para estar juntos por toda la eternidad. Ruego que Dios bendiga continuamente a las mujeres de la Iglesia para que encuentren gozo y felicidad en sus sagradas funciones como hijas de Dios.
Ve también

Fuente: “Hijas de Dios”, M. Russell Ballard, Abril 2008

[avatar] por Abish Estrada

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